Ni el frío andino ni el fútbol predecible de siempre: el verdadero protagonista del Bolivia-Chile del 10 de junio no fue ni Alexis Sánchez ni los 3.600 metros de altitud, sino la jugada que cambió el rumbo del partido. Apenas iban 19 minutos cuando Lucas Chávez, defensor boliviano, fue al balón con el pie arriba y dejó a Fabián Hormazábal, lateral chileno, resentido en el césped tras recibir un botín en el pecho. El árbitro uruguayo Esteban Ostojich sacó inicialmente la amarilla, pero el VAR pidió revisión y, como suele pasar, la tarjeta subió a roja. Bolivia, con un hombre menos, tenía todo en contra y un partido entero por delante.
Pero el fútbol no entiende de guiones previsibles. Los de Bolivia ya habían pegado primero: Miguelito –el delantero más en forma de su selección– remató preciso tras una asistencia de Diego Medina y puso el 1-0 en la red. Era su sexto gol en ocho partidos clasificatorios, un dato que explica por sí solo la confianza con la que encaró la jugada. Después de la expulsión de Chávez, tocaba aguantar el chaparrón. El público, que llenaba el estadio de El Alto, contuvo la respiración ante cada ataque chileno. El joven portero Gabriel Villamíl sacó dos balones con olor a empate y Rodrigo Echeverría multiplicó piernas para taponar remates delante de su área.
Chile, necesitado de puntos, olió sangre tras la roja. Lo lógico habría sido ver a Hormazábal lanzado al ataque y a Alexis Sánchez combinando cómodo con sus compañeros. Pero sucedió justo lo contrario. Alexis fue sustituido por sus propias dudas frente al arco y Hormazábal, lejos de marcar diferencias, apenas inquietó el costado boliviano, donde la ausencia de Chávez no significó más espacios para los visitantes. El desorden ofensivo y la aceleración mal entendida por parte de Chile acabaron convirtiéndose en la mejor defensa para Bolivia.
Esa noche los errores chilenos se acumularon. El primer gol llegó por una mala salida de Benjamin Kuscevic y, por la banda izquierda, Gabriel Suazo sufrió para frenar a Medina cada vez que el boliviano se acercó al área. Ricardo Gareca, técnico chileno, intentó arreglar el desconcierto situando a Felipe Loyola en el centro del campo, pero la táctica no hizo más que diluir a su equipo entre la ansiedad y la falta de claridad. El dato más representativo: Chile, con espacio y balón, fue incapaz de traducir la superioridad numérica en goles.
El segundo tiempo trajo aún más confusión. Ostojich sacó roja a un jugador chileno apenas iniciada la reanudación y, aunque oficialmente no se detallaron las razones ni el protagonista, ese equilibrio numérico le devolvió la vida a Bolivia. La grada lo celebró como si fuera otro gol. A partir de ahí, el esfuerzo colectivo boliviano fue total. Los locales avanzaron metros cuando pudieron, cerraron filas cuando tocaba y sacaron de quicio a un rival que pagó caro sus propios errores. El sueño del Mundial para Bolivia sigue vivo tras una noche marcada por la tecnología, la tensión y la resistencia de todo un grupo.
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